-¿De qué hablé anoche?- murmuré en voz más baja que antes. Se encogió de hombros en vez de contestar, y yo hice un gesto de dolor.
-¿Tan malo fue?
-No, no tanto- suspiró él.
-Principalmente me llamaste, lo mismo que de costumbre.
-Eso no tiene nada de malo- admití con cautela.
-Pero al final, sin embargo, empezaste a murmurar algo sin sentido sobre “Jacob, mi Jacob”- constaté su dolor incluso en el susurro de su voz- Tu Jacob disfrutó lo suyo con esa parte.
Alargué el cuello hacia arriba, estirando los labios hasta alcanzar el borde de su mandíbula. Mantenía la vista clavada en la lona del techo, por lo que no pude verle los ojos.
-Lo siento- cuchicheé- Ésa es la manera en la que le distingo.
-¿Distingues?
-De ese modo, diferencio entre el doctor Jekyll y el señor Hyde, entre el Jacob que me gusta y ese que me pone de un humor de perros – le expliqué.